Los de Pellegrini se han hecho grandes. Dieron testimonio fehaciente de ello ante su público (y a la hora de la siesta). La madurez en el juego que ha conseguido imprimir el chileno a este plantel excede los límites de la comprensión futbolística, más aún conociendo los condicionantes externos que subyacen en su contra. Su última víctima, el Levante, se encontró maniatado en La Rosaleda ante un conjunto que sabe a lo que juega y a lo que quiere jugar. Aunque sean un equipo de retales y parchetones o lleven cincuenta meses sin cobrar. Aunque ya no sepan si están en el ojo del huracán o entre sus restos. Esa capacidad de abstracción y esa fe inquebrantable en el trabajo es la misma que hace permanecer al “Ingeniero” y sus pupilos al borde del precipicio, observando el inusual paisaje que les contempla en vez de estar rodando irremediablamente acantilado abajo, que es lo que una gran parte de nosotros presagiábamos.
El partido no fue más que una demostración casi coreográfica de los conceptos que Pellegrini ha estado transmitiendo a sus jugadores desde que se sentara en el banco blanquiazul. Esta vez, y debido a la baja de Toulalan, el chileno se vio obligado a reconvertir su esquema de juego, pero la filosofía sigue siendo la misma, y la solidaridad de los futbolistas se hace patente en cada jugada malacitana. Para sobrellevar la baja del imprescendible Jéremy, el entrenador malaguista dibujó en el centro del campo un rombo en el que tres de sus vértices (Isco, Joaquín y Eliseu) conmutaban sus posiciones en torno al eje que representaba Camacho ejerciendo de volante tapón.
A este entramado hay que sumar la inestimable ayuda del canterano Portillo, que supuso un constante +1 en las labores de creación malaguista. Como una arista extra, y dando constantes muestras de una cumplida entrega y sacrificio, el paleño no cejó en momento alguno en su intento de obtener el esférico, bajando al centro del campo a ofrecerse o cayendo a banda si la situación lo requería, pero siempre actuando como un perfecto nexo de unión entre la medular malaguista y la punta ocupada por el artista antes conocido como “el pibito” Saviola.
El ariete argentino, otrora culé y sevillista, debutaba en casa y lo hizo de la mejor manera posible. En el miuto 13 y, aprovechando un exceso de confianza de David Navarro, Saviola cazó un magnífico pase de Isco, que le estaba sirviendo en bandeja de plata un mano a mano frente a Munúa. Allí, el “9” es conejo viejo y no le tiemblan las piernas a la hora de tomar la decisión correcta.
Durante todo este tiempo, los de Juan Ignacio Martínez apenas inquietaron al Málaga, mostrando una versión previsible y ramplona de un equipo que se agotaba dando arbitrarios pelotazos en busca de una dupla ofensiva, Gekas – El Zhar, que estuvo ayer más que ausente. El primer y único tanto del Levante llegó de un desafortunado lance etre la zaga malaguista, que se durmió permitiendo el fácil acceso de Michel desde la divisoria de ambos campos hasta la misma frontal del área, donde conectó un derechazo inapelable que acabó peinando el flequillo de Caballero.
Tras el gol visitante los blanquiazules titubearon durante apenas un parpadeo, pero enseguida Saviola volvió a dejar en evidencia a la defensa rival, esta vez con un electrizante desmarque y una precisa asistencia a Joaquín al primer toque, quien habiéndose zafado de su marca y en una inmejorable posición, batió al ex portero malaguista en lo que sería el segundo gol, el segundo uno contra uno encajado. El Levante, conocedor de su expresa inferioridad, se limitó a no recibir una derrota mayor en feudo malaguista. Ni quiso ni pudo quererlo. Al menos hasta el minuto 42 de la segunda parte, cuando fue expulsado Sergio Sánchez por doble amarilla. Desde entonces y hasta el final, espoleados por la superioridad numérica,los granotas quisieron imprimir una marcha más a su juego, algo que no sirvió sino para desorganizar aún más a su frágil defensa. Ésta, fue apuntillada en guinda con una precisa volea que Portillo mandó, tras botar en el tapiz, a la escuadra derecha de la meta defendida por Munúa.
El arquero uruguayo, sorprendido con el efecto que imprimió el cesped a la pelota, no pudo más que observar boquiabierto cómo se le escapaba el balón hacia la red. Como lo hace el niño al que irremediablemente se le vuela su globo. Como lo hace el Levante divisando a un Málaga que se le escapa, evidenciando la ilusoriedad de su situación clasificatoria el curso pasado. Hoy, el Málaga se halla en otro espectro, ambos equipos son conscientes de ello, y este club maduro ha dejado atrás los gallos y salidas de tono de la convulsa adolescencia. Este año el Málaga está hecho, tiene menos y son más grandes. Pero no os equivoqueis al respecto, el artífice de todo esto tiene nombre: Don Manuel Pellegrini. Si la corta plantilla y los elementos extradeportivos no influyen de una manera directa en el rendimiento de los jugadores, nos podemos encontrar ante un equipo que dará que hablar: serio y con muchas ganas de jugar al fútbol, aunque sea sin dinero.
Con la vitola, eso si, del “Ingeniero”, ese defenestrado entrenador segundón.
El Málaga se hace mayor (3-1),