Un solitario gol de Camacho sirvió a los blanquiazules para derrotar al equipo ché, con el que quedan empatados a puntos pero con el coeficiente particular perdido. Un descarado Málaga se desligó de los atávicos tabúes que se asocian a los clubes pequeños, aquellos que le conminaban a tratar de usted al Valencia, pese a llegar herido en forma y moral. Los de Pellegrini se ganaron el derecho propio a tutearlos, a cuestionar la soberanía de un hasta ahora incuestionable tercer puesto. El jeque dió buena fe de ello en un abarrotado campo que ya huele -ya siente cerca- la competición europea.
El partido de ayer fue un rotundo golpe en la mesa del Málaga. El Levante, que según una mayoría unánime de “entendidos en la materia” no iba a entrañar amenaza alguna a final de temporada, había ganado al Granada por 3 a 1, arrebatando la cuarta plaza a los malacitanos y obligándolos a puntuar ante un siempre respetable Valencia. Al menos hasta ayer.
Los chés, extenuados y abatidos tras su eliminación europea, jugaron uno de los peores partidos de la temporada. Como contagiados por un director de orquesta esquizofrénico (Unai), perdido en unas histriónicas maneras que evidencian la ansiedad de su orquesta, la banda valencianista (sí, eso es lo que son) mimetizó ese estado y anduvo desafinada todo el encuentro. Los jugadores tendían a perder el hilo para, antes o después, acabar soltando una estridente patada, acabando de arreglarlo. Los de Emery acabaron con diez jugadores tras la expulsión de Feoghuli por doble amarilla, pero pudieron perder a algún “percusionista” más por el camino (véase Ma-duro).
Ni el corpulento zaguero holandés ni su acompañante en la media, Tino Costa, fueron ayer rivales para un notable centro del campo malaguista, en el que especialmente brilló (más que nada en base a lo esperado) Camacho, que desdobló su trabajo para auspiciar la creatividad de los interiores albiazules (Cazorla e Isco, S.A), que con sus numerosas llegadas al área volvieron locos a los centrales visitantes.
De la cabeza, de la chepa, o de lo que fuese (significó igualmente los tres puntos) botó -brotó- el gol de Camacho en el minuto 30. Tras una primera media hora de tanteo, de imprecisos golpes en ambos lados, un inspirado Jesús Gámez -ayer volvió a demostrar el nivel requerido- puso un maravilloso centro en la joroba del centrocampista madrileño. El tanto acabó de sepultar a los de Emery, que ya venían tocados de muerte antes de empezar el encuentro.
El técnico visitante había insistido en la radical importancia de este choque, pero sus jugadores parecieron no escucharle, puesto que la falta de concentración y sacrificio era evidente. De la desidia valenciá nació un manantial de ocasiones, entre ellas sendos disparos a los postes de Eliseu y Cazorla. De no haber sido por los palos y por Guaita, probablemente el mejor del encuentro, los costasoleños habrían logrado revertir sin dificultad alguna el adverso coeficiente particular que dejaron en Mestalla (2-0).
La nota discordante del partido la supuso la la lesión de Maresca que, unida a las ya consabidas bajas de Toulalan, Mathijsen, Baptista, Caballero y Monreal otorgan una mayor importancia a la gesta clasificatoria de los malagueños. A estas pérdidas hay que unir la de Isco, que no podrá jugar el próximo partido en Barcelona por acumulación de tarjetas. Moco di pavo…
Con este acceso de tristeza (o no [?]) se marchó el jeque de La Rosaleda. En su coche con llantas de oro, chillando ruedas en la cara del presidente del Valencia, Manuel Llorente. Cuando el jeque le presentó ayer sus credenciales y su rolex de oro se hundió dos metros en su asiento, recapacitando en la incoherencia de haber denunciado al Málaga cuando aún no han formalizado la totalidad de los plazos del traspaso de Joaquín -hoy jugador malaguista- desde el Betis. Y más aún con un tío que se limpia el culo con los papeles de tu recalificación de Mestalla…
Desde hoy, desde ayer, el Málaga quiere y puede (€) significar la tercera vía que hoy representa el Valencia.
El Málaga mira de tú a tú al Valencia (1-0),