Entré pensando que esta movida me dejaría loco, luego vi que no y luego vi que sí y ahora comprendo cosas que no podéis ni imaginar. Noam Chomsky, en realidad, se enamoró de mí.
“El paralelismo es algo curioso. El cuerpo y la mente actúan en paralelo, pero de modo sincronizado. Así, imagina que te dan un golpe con un martillo y te duele. Eso es porque un ente superior quiere que en ese preciso momento te duela el alma”, decía un chaval en la puerta del aula 21, de la denostada facultad de Filosofía y Letras. “No quiero creer que eso sea verdad”, le contestaba su compañero. Entré a Filosofía de la Mente (tercer curso del grado en Filosofía) porque quería contactar con lo TOP de lo TOP, con lo PRO de lo PRO en la UMA. Con mentes privilegiadas que contacten con la esencia del universo mientras garabatean en sus libretas. Quería alcanzar la verdad de lo sensible. Esta pequeña conversación en la entrada me indicaba que había llegado al lugar ideal para hacerlo. Teníamos grandes esperanzas puestas en esos pequeños genios.
La primera de las decepciones vino cuando nos sentamos y aguzamos el oído dispuestos a captar más indicaciones de cómo transitar en el mar de la existencia. “Salimos el jueves y fue muy divertido, nos vestimos de…” le estaba diciendo un compi a su amiga Erasmus. “Pero esto qué es. Ellos también salen el jueves. Tienen vida NORMAL“. Estuve a punto de abandonar el aula indignado por el quebranto de expectativas, dando un portazo mientras gritaba “Y ENCIMA MUCHOS NO TENÉIS BARBA”. Afortunadamente, controlé los instintos, justo a tiempo para ver que la profesora entraba a la clase. Alta, pelo moreno, cutis curtido de tanto pensar y una elegancia extrema. Tras prohibir el uso de dispositivos electrónicos, apagué el tamagotchi (induciéndolo a una muerte súbita) y me dispuse a escuchar. Hipnotizante.
La profesora estaba inmersa en el tema introductorio, un repaso por la historia de los estudios sobre la mente que sin duda no me estaba conectando con la esencia del universo ni con la verdad de lo sensible. Pero su manera de hablar hacía cualquier cosa interesante. Rebuscaba los términos hasta lograr un uso excelso de la lengua, usando palabros como “imperturbable”, “metodología”, “postconductivista” o “tortilla de patatas”. Presentó la clásica disputa entre Chomsky y Skinner como un épico combate con la tierra agrietada a su alrededor y con las manos entrelazadas echando chispas mientras el mundo embocaba el Apocalipsis definitivo.
Una vez pasado el temario coñazo venía lo gordo. “Definiciones del concepto mente“. Me erguí en la silla y activé mis sentidos dispuesto a recibir el maná de la sabiduría. La docente comenzó preguntando directamente a los alumnos. “¿Qué es la mente?“. Silencio incómodo. Un, dos, diez, veinte segundos. “Un conjunto de pensamientos que…” Mal. “Un conjunto de neuronas que…” Mal. “No puedo creer que en tercero de Filosofía no sepáis definir ni siquiera de pasada lo que es la mente“. “Si entrara un ciudadano de a pie a este aula y le tuvieras que explicar qué es la mente, ¿no podríais hacerlo?”. Desconocía la profe lo cerca que estaba de la realidad. Finalmente un alumno dio la respuesta correcta o, al menos, la que más se acercaba (10 puntos para Gryffindor) y la dinámica pasó a deconstruir lo que entendemos por “mente”, guiándonos por conceptos metafísicos como “sujeto”, “objeto” o “emoción”. Un objeto, por lo visto, es un ente que ocupa un espacio y un tiempo y que aunque se le someta a cambios no deja de serlo. La clase y yo, en silencio, intentando comprender conceptos que se escapaban de la observación habitual de la realidad. Me entraron ganas de cagar de la concentración, pero supe aguantarme en pos de no romper el ambiente de intelectualidad platonista.
El súmmum de lo cognoscible llegó cuando un alumno preguntó si un sistema económico se consideraba un objeto. La profesora, en un alarde de maestría, citó a cinco autores en 30 segundos para concluir, finalmente, que sí. Aquello era más de lo que mi mente terrenal podía aguantar. Que un sistema económico sea un objeto es algo que me tiene en vilo desde entonces. Me despierto de madrugada, empapado en sudores, gritando “¿PERO CÓMO COJONES VA A SER UN SISTEMA ECONÓMICO UN OBJETO, SEÑORA?”. Lloro un poco de impotencia y me vuelvo a acostar. La clase concluyó con una pregunta lanzada a los alumnos, que tendrían que contestar el día siguiente, sobre la distinción caso/tipo. Apareció en el proyector la siguiente secuencia:
BBB
La pregunta era la siguiente: “¿cuántas letras hay en esta secuencia?” Mi hipótesis es que depende, porque si tomamos la palabra “letra” como caso hay tres y como tipo sólo hay una, porque claro, sólo hay un tipo de letra, pero el hecho casual de que HAYA una letra se produce tres veces, ¿me entendéis? ¿no? Bueno, da igual, sois demasiado mediocres para entenderlo. Si sois tan chulos como para darme una explicación alternativa, dádmela, porque no puedo dormir. Socorro. No, mejor, si algún alumno de Filosofía de la Mente sabe ya cuál era la respuesta correcta, que me lo diga. LO NECESITO. NECESITO SABER CÓMO ES LA REALIDAD. Necesito conocer más. Mucho más. Ojalá no hubiera entrado nunca a esa clase. Necesito ayuda psicológica. Psicológica suena a mente. DIOS. Ayuda.
¿Y tú? ¿Tienes alguna clase en la que merezca la pena colarse? Escríbeme a Twitter (@JaviSkan) o mándanos un email a contacto@latabernaglobal.com.
Acerca de Javi Skan
Anarcosindicalista. Igualdad, fraternidad y socialismo. Me duele la cara de ser tan GRAPO. ¡Venceremos! No, es broma. Dirijo este medio mientras hago como que me intereso en mi último año de Periodismo en la UMA. Vuestras opiniones me parecen una mierda.