“Flamenkitoh ha derribado la torre morada”

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Un acercamiento “gonzo style” a la primera edición de Gamepolis, feria de videojuegos celebrada en el Palacio de Ferias y Congresos este fin de semana.

Entré en el Palacio de Ferias y Congresos con el firme objetivo de probar la validez de una teoría: vemos lo que queremos ver. Me explico. Si entras a una convención de videojuegos pensando que vas a encontrarte solamente a frikis, gordos granudos que hablan muy rápido y chavales prepúberes a los que un tío comentando sobreactuadamente sus partidas en Youtube les hace gracia, pues sólo vas a encontrarte eso. Tu mente sólo recuerda los estímulos que refuerzan sus creencias -al Gamepolis sólo van frikazos- y olvida los demás. La gente del montón, según la premisa, sería prácticamente invisible para mí. Era una buena oportunidad para hacer un ejercicio mental y vencer a los prejuicios. Se conoce como la teoría de la Disonancia cognitiva y su aplicación a la vida cotidiana me ha enseñado más que la mitad de mis años en el grado de Periodismo.

El ambiente al entrar estaba bastante animado. Stands en el centro de la sala donde pequeños desarrolladores de videojuegos exponían su trabajo, varios puestos de venta de merchandising y, a los lados, pantallas con gente arremolinada alrededor, donde se celebraban torneos de los títulos con mejores modos multijugador: Fifa 13, Call of Duty, League of Legends… Nada más llegar, me entraron unas ganas tremendas de “darle a la maquinita”, pero estaba todo el pescado vendido ya. Tras asistir a una paliza vergonzante de Meta Knight (el malo de Kirby) a Marth (Fire Emblem) en Smash Bros., me dirigí a la zona de videojuegos retro, la única que quedaba más o menos libre.

El futuro ha llegado

Auténticas joyas. De cuando las recreativas eran las únicas plataformas conocidas para viciarse, cada partida podía ser la última dependiendo de lo que llevaras en el bolsillo y la dificultad era mucho más alta. Empecé una partida a un juego en el que un chaval con un taparrabos avanzaba mediante un scroll horizontal, comiendo frutas para sobrevivir y lanzando tomahawks a caracoles gigantes. Después de 5 “game over” consecutivos en menos de cuarenta segundos, me retiré bastante incómodo, sobre todo tras ver el cartel de “respeta a los que esperan y deja el juego cuando se acabe la partida”. Tomó mi lugar un joven barbudo de pelo largo y camiseta del Lumbreras Rock que se pasó la primera fase en el primer intento y del tirón. Incluso llegó a la parte en la que el protagonista cambiaba el taparrabos por un monopatín y se enfrentaba a abejas enormes. “Seguro que es cosa de genética”, me autoconsolé.

Para entonces ya me planteaba si hacer crónica del evento o no. No sé si dudaba realmente de la noticiabilidad del evento o es que la pereza me estaba engañando. Siempre he odiado tomar declaraciones de gente que ni me va ni me viene. Finalmente me decidí a hacer una pequeña entrevista a una de las desarrolladoras que participan en el evento. Los dos chicos que estaban en el stand ofrecían un ordenador para que los visitantes probaran su nueva creación. El juego en cuestión se llama “Decadence” y la primera pantalla, con un modelado en 3D conseguido pero que aún mostraba picos de sierra, consistía en un tipo que se despierta y recorre una especie de cárcel con frases inscritas en la pared del palo “lárgate de aquí”, o “¿qué estás buscando?”.

“Inquietante”, pensé con sorna, y me dirigí a uno de los chicos para entrevistarle. Antes de empezar, y con el joven esperando mis preguntas, miré sin ningún disimulo dos veces a la parte de arriba del stand para recordar el nombre de la desarrolladora, “Revolution System Games”. Mi labor de documentación de cinco minutos vía tarifa de datos, para nada. El tipo me contó lo sorprendidos y agradecidos que estaban de la gran afluencia de público a la primera edición del Gamépolis, y la gran oportunidad que tenían para venderse. Ahí desconecté, aunque el encargado seguía hablándome de los mapas enormes y la cantidad de recursos que derrochaba “Decadence”. Ya estaba pensando en lo que escribiría después. “Pongo lo de la oportunidad para los pequeños negocios locales y punto, que siempre queda bien”. Al abandonar el stand me sentí un poco culpable por no haber recordado el nombre de la empresa en pleno cuestionario. “Menos mal que estas cosas no salen en la crónica”, me autoconsolé de nuevo. Como aquella vez que llamé Antonio a Alberto Garzón.

La élite

La élite

Me di una vuelta por la zona de los grandes torneos, para sacar algunas fotos. Los chicos que jugaban al Call of Duty tenían camisetas con el nombre del foro del que venían y su nick en la parte superior. “A qué nivel estamos llegando”, pensé. Por lo menos 30 personas, cada una con su ordenador de sobremesa, se batían en un duelo épico en la zona del torneo de League of Legends. Me fijé en la pantalla de uno de ellos y movía el ratón a tal velocidad que casi me mareo. Luego estuve un rato observando la contienda en la televisión grande junto a otras cincuenta personas que por lo visto entendían lo que estaban viendo. Yo sólo veía bichos pegándose entre sí y luces epilépticas de colores. De repente, un mensaje apareció en medio del caos. Unas palabras caídas del cielo. “Flamenkitoh ha derribado la torre morada”. Me reí en voz alta. Pero a nadie más le hizo gracia el hecho de utilizar un nombre alusivo al folklore andaluz en un multijugador online masivo. Me dirigí al escenario. Empezaba a sentirme un poco solo.

Los youtubers ya estaban ofreciendo su particular espectáculo en el patio interior del Palacio de Ferias y Congresos.  Fantástico emplazamiento, por cierto. Nunca me han hecho gracia este tipo de personajes, con todos mis respetos. Pero parecía que era el único con esa opinión en el recinto. Cientos de niños y no tan niños coreaban, aplaudían y reían cualquier parida que ElRubius, Sr. Cheto y Loulogio soltaban delante del micro. Allí parado dediqué unos momentos a reflexionar sobre lo maravilloso de Internet, que permite que los que siempre habían sido los graciosos del grupo de colegas trasciendan y se hagan famosos haciendo el tonto frente a la cámara. No hacen daño a nadie, concluí.

Las tonterías alcanzaron su máximo nivel cuando uno de los youtubers, improvisando sobre “cosas típicas de Málaga”, afirmó que “en la Palmilla te pegan el SIDA”, chistaco que quizá sea algo inadecuado en un escenario público. No sé. Posteriormente ElRubius dio un discurso sobre “si os gusta algo, luchad por ello”, momento que tomé como una señal para dirigirme a la sala de conferencias, donde unos señores debatían sobre Programación de Inteligencia Artificial. El aforo, bastante interesado, a la mitad. Me quedé en la puerta, escuchando aquellas ponencias de nivel. Luego giré la cabeza y eché un vistazo al escenario, donde ElRubius proclamaba a los cuatro vientos que “Galileo Galilei era un maricón”. El mundo del videojuego, definitivamente, está lleno de contrastes.

Antes de marcharme me pasé por los puestos de merchandising para hacerme con un llavero de la trifuerza de Zelda. Me ha costado un ojo de la cara, sin duda, pero qué bonito es. Justo a la salida no pude evitar posar mi mirada en una chica ataviada con un cosplay de Morgana, personaje de League of Legends. Es de sobra conocido el gusto de los desarrolladores de videojuegos por diseñar ligeritas de ropa a los personajes femeninos. En efecto, aquel cosplay dejaba poco a la imaginación. A la mía y a la de la decena de adolescentes que la miraban sin disimulo. Y que viva la disonancia cognitiva, joder.

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Acerca de Javi Skan

Anarcosindicalista. Igualdad, fraternidad y socialismo. Me duele la cara de ser tan GRAPO. ¡Venceremos! No, es broma. Dirijo este medio mientras hago como que me intereso en mi último año de Periodismo en la UMA. Vuestras opiniones me parecen una mierda.

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