Yo el 15 de Mayo de 2011 me lo pasé en casa, durmiendo y comiendo helado. Era un día de esos raros post-ruptura pero no me malinterpreten, era plenamente consciente de lo inusual, y lo histórico, de aquel día primaveral. Desde el comienzo de mi adolescencia empecé a desarrollar un sentimiento, más que una creencia, de rechazo al sistema político imperante y, en concreto, a la actitud de los dos grandes partidos en España. Conforme fui adquiriendo conocimientos y experiencia, el sentimiento se fue convirtiendo en certeza. La certeza de que el desapego entre la política y la ciudadanía era un lastre para una sociedad libre. Y Democracia Real Ya!, con su simpleza (que no simplismo) y concisión inicial, me atrajo como ningún otro movimiento social lo había hecho hasta entonces. Fue un amor a primera vista.
El lunes siguiente unos cuantos críticos, unos cuantos locos insatisfechos, nos encaminamos a la Plaza de la Constitución. Que dicen que corría el rumor de que aquello no se paraba. Aquellos días están grabados en mi mente minuto a minuto. La vividez de los recuerdos guarda estrecha relación con la intensidad de las sensaciones. En primer lugar, un profundo sentimiento de identificación con la causa, propiciada por la inicial indefinición del movimiento. Después de años luchando contra el bipartidismo en la intimidad, allí estábamos, gritando a toda una plaza que estábamos hasta los huevos. Y precisamente esa necesidad de lucha reprimida nos hizo olvidar cualquier tipo de escepticismo para abandonarnos a una suerte de fiebre revolucionaria que, en su carácter agitador, quizá olvidaba recoger todos los aspectos de la realidad. Pero un grito sosegado, reflexivo y conciliador ni es un grito ni es nada. Nuestro punto flaco era, paradójicamente, nuestra mayor fuerza. Twitter ardía con consignas indignadas y sentíamos un inmenso placer al ver a tantísima gente al lado de nuestra trinchera.
Del 16, 17, 18-M, los días importantes de verdad, recuerdo caras. A unos los he seguido viendo, otros ni siquiera sé como se llaman. Marcos, Javi Cruche, Víctor, mis niños de Periodismo, aquel punki que me ayudaba a ajustar la radio, la chica con gafas de Publicidad que me ofrecía sándwiches tras 6 horas escribiendo en pancartas. Recuerdo la solidaridad y el compañerismo de una gran familia. No nos conocíamos absolutamente de nada, pero la lucha conjunta crea vínculos complicados de explicar. Juntos nos reíamos de aquella periodista de la COPE que no se enteraba demasiado de la movida, juntos creábamos comisiones, juntos rechazamos a Cayo Lara cuando vino a hacerse la foto con nosotros. Juntos, también, agitábamos conciencias.
Tal era mi implicación, mi convencimiento de que aquella causa era justa, que bajaba por la calle Larios mirando a la gente y preguntándome si se unirían si realmente estuvieran informados de las causas y los objetivos del movimiento. Estaba convencido de que sí: luego descubrí que el rechazo de un gran segmento de la población a luchar cuando el pan no está en juego es mayor que cualquier amago de pensamiento libre. Luego vino todo lo demás: Sol escribiendo la Historia de España, manipulación periodística, brutalidad policial, demagogia -como en todos los eventos importantes-, elecciones municipales, ola azul y silencio. Exámenes que nos desligaron definitivamente de la lucha en la plaza. Y trabajo por comisiones. Y por barrios. La fiebre se nos fue pasando a algunos de nosotros, que empezamos a mirar y a ver desde fuera. Sin perder nuestro apoyo, y sobre todo, sin perder nuestra nostalgia.
Ha pasado un año -un puto año ya- y mi pensamiento crítico me dice que el movimiento 15-M ha cometido muchos errores. Mis mínimos conocimientos de política y economía me obligan a disentir en muchos aspectos del movimiento, que ha perdido ese punto de vaguedad con el que me sentía cómodo. Sin embargo, el pasado sábado estuve en la calle. ¿Por qué? Porque creo en la lucha de clases. Una lucha atípica y una sola clase: la ciudadana, más política que económica, que ve como sus representantes les ignoran con impunidad. Porque creo en la injusticia de la crisis, una crisis compleja, con multitud de causas y consecuencias, pero injusta. Creo que la clase política de España es una vergüenza, y creo que cualquier altavoz que la cuestione producirá cambios positivos. Pero sobre todo creo en la reflexión. Creo en la gente en las plazas intentando mejorar el mundo mediante el diálogo. Creo, creí, y seguiré creyendo en la capacidad de los chicos del 15-M para generar en la sociedad un elemento indispensable para la democracia: un debate público que rompa con el discurso único.
Carta del director: Un año después,Acerca de Javi Skan
Anarcosindicalista. Igualdad, fraternidad y socialismo. Me duele la cara de ser tan GRAPO. ¡Venceremos! No, es broma. Dirijo este medio mientras hago como que me intereso en mi último año de Periodismo en la UMA. Vuestras opiniones me parecen una mierda.