Regeneración, sí, pero de verdad

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La catástrofe en las elecciones del 20 de Noviembre exige al PSOE una refundación urgente para volver a obtener el apoyo del electorado. Sin embargo, los votos no lo son todo. El sistema político español sufre de una enfermedad aún más peligrosa: la falta de confianza de los ciudadanos.

El columnista se sienta frente al portátil y descubre, horrorizado, que no tiene nada sobre lo que escribir. Decide recurrir entonces al tema de recámara: la regeneración del PSOE. En 2012 la avalancha de columnas acerca de esta necesaria refundación del principal partido de la oposición se ha frenado un poco con respecto a la resaca del 20-N, cuando desde los todólogos más rancios hasta las tribunas más elevadas, todos opinaban acerca de lo que debían hacer o no los socialistas. En las secciones de opinión de las principales cabeceras se empezaban a usar expresiones como “transparencia”, “democracia interna”, “acercamiento al ciudadano”, etc. Los tertulianos reprendían con la urgencia que sobreviene tras una catástrofe electoral como la de Noviembre. Sin negar la obvia certeza de que el PSOE necesita recuperar los votos fugados para sobrevivir, el término “regeneración” debe ampliarse a un campo mucho más amplio: el sistema político español.

Las urnas han otorgado al Partido Popular un colchón que le permite gobernar sin buscar alianzas durante cuatro años. Una vez los ciudadanos lo apoyan masivamente, el Gobierno formado está capacitado legalmente para actuar, dentro de unos límites de sentido común, con una relativa libertad. Este sistema democrático con el que el poder es otorgado por el pueblo invita a pensar que un apoyo mayoritario de los comicios conlleva una perfección absoluta en la manera de hacer política del partido vencedor. Nada más lejos de la realidad. Un análisis sociológico del voto muy superficial revela a cualquiera que es inestable, coaccionado, rígido y en los peores casos, irreflexivo.

No hace falta que les explique las razones que llevan a una persona a votar a un partido aun no comulgando completamente con su modus operandi. “No quiero que la derecha me quite el trabajo”, “unos lo han hecho mal, hay que darle una oportunidad a los otros”, “voto al menos malo”. Decenas de frases hechas que ya forman parte de nuestra jerga democrática y que, siendo optimistas, lo mejor que reflejan es resignación. Según el censo electoral, la mayoría de españoles que han ejercido el sufragio quieren que el PP nos gobierne durante una legislatura. Una estadística que choca frontalmente con otra que refleja que esto, amigos, ya no funciona: “La clase política” aparece como uno de los principales problemas de nuestro país entre los ciudadanos, según el CIS.

Párense a pensar por un momento en lo que esto significa. La ciudadanía ya no confía en las personas que les representan. Las personas que deben actuar con el fin del bienestar de la sociedad ya no son de confianza. ¿Cómo va a funcionar sin conflictos una sociedad en la que el pueblo no tiene la certeza de que la clase que ha recogido el testigo de su futuro no actúa por su propio beneficio? ¿Cómo es posible que los que deciden por nosotros no tengan nuestro apoyo? ¿Es esto realmente sostenible? Una reflexión nacional sobre cuáles son las causas y las consecuencias de esta ruptura urge mucho más que el trajín de un partido que, de una manera o de otra, saldrá adelante, porque la historia del voto en nuestro país estaba escrita desde la Transición.

Quizá sea una cuestión de generalización: un pueblo acostumbrado al individualismo que rechaza con fiereza a instituciones que pretenden superponer el interés común. A partir de este rechazo el ciudadano acaba atacando a cualquier persona que pertenezca a estas instituciones. Pero en cuanto la coraza mediática ofrece alguna fisura, resultan evidentes las miserias de los representantes del pueblo. Tampoco es necesario ofrecerles más información: corrupción, amiguismo, inoperancia, demagogia, mediocridad en sus más diversas variantes y lo más peligroso: aislacionismo. Una clase política encerrada en los despachos, ajena a la rutina de la sociedad, que ni escucha ni quiere escuchar los verdaderos problemas y que sólo busca apoyos cuando el sistema se los exige. Y al buscar estos apoyos, los medios utilizados producen arcadas al mejor informado: un uso constante de la mentira y una búsqueda incesante de esa frase, ajena a la realidad o a parte de ella, que convencerá a los electores menos críticos pero igualmente electores.

Esta actitud ha dado lugar a tópicos arraigados no sólo en España sino en la cultura occidental como “los políticos nos mienten”. Como cualquier tópico, es virtualmente imposible que sea una verdad absoluta: pero el simple hecho de que una mayoría de ciudadanos lo asuman como dogma debería inducir a una reflexión global. El movimiento 15-M, derivado inevitablemente hacia posturas de izquierdas, nació de este descontento generalizado. Ahora, el sistema ha fallado al PSOE. Necesita reinventarse para seguir jugando, y algunos líderes de opinión han sobrepasado las reglas para exigir a los socialistas un cambio en conceptos no sólo necesarios para obtener apoyo en las urnas, sino necesarios para convertir al PSOE en un partido político de verdad. El PP, como es lógico, no recogerá el testigo. No peligra su poder. Sí su ética, pero la flexibilidad de la democracia no exige tenerla. La tragedia socialista ofrece una oportunidad que no se volverá a repetir para volver a plantearse ideas, valores y conceptos que ya teníamos asumidos como inamovibles. Esto afecta a todos los participantes de la vida pública por igual: desde el alcalde del pueblo más pequeño hasta los que con sus decisiones perjudican o benefician a millones de personas. Desde Marinaleda al rincón más fachilla de Madrid. Los votantes gritan, pero no sólo a través de las urnas. Va siendo hora de escucharlos.

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Acerca de Javi Skan

Anarcosindicalista. Igualdad, fraternidad y socialismo. Me duele la cara de ser tan GRAPO. ¡Venceremos! No, es broma. Dirijo este medio mientras hago como que me intereso en mi último año de Periodismo en la UMA. Vuestras opiniones me parecen una mierda.

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