23/03/2012 a las 12:05

Primeros pasos Erasmusianos. ¿Quién dijo miedo?

Te abalanzas sobre el sobre el buscador Google, tecleas con énfasis el nombre de tu ciudad de destino y haces clic ávidamente sobre el botón izquierdo del mouse en ese link azul que grita a voces “¡Aquí, aquí!”. Voilà, en un plis has comenzado a crearte una serie de expectativas de cómo será tu vida el año siguiente allí, en ese lugar soñado, aparentemente idílico… ¡Pero ojo! ¿Estarán a la altura?

"¡Oh! ¡Pero qué bonito!"

Antes de irte has hecho miles de archivos .pdf con fotos y texto que cuentan las maravillas de tu destino. Lo tienes clasificado, con colorines, títulos que rezan “Qué hacer en Caen”, “Dónde comer”, “Para visitar”, como si de un folleto vacacional se tratase. Has mostrado a todos tus amigos y familiares, con ilusión, dónde vas a vivir, la universidad en la que estudiarás. Vaya, que a todos (o casi todos) les ha quedado claro que el año que viene te vas de Erasmus.

Tras el palizón de avión, autobús y tren (en la mayoría de los casos), has llegado. ¿Y ahora qué? Si portas toda tu casa a cuesta la mejor opción es irse directos a la residencia. Cuando te acercas a la fachada es preciosa (o no) y recuerdas cómo en la información te ofrecían una habitación renovada y luminosa, con baño propio, frigorífico, cocina compartida. Entre eso y la ratonera en el que acabas de encontrarte (en la que solo podéis vivir o tu maleta o tú) hay mucha diferencia. Eso sí, luminosa es que te cagas. Te sientas y miras esas cuatro paredes que serán tu hogar durante el próximo curso (nueve metros cuadrados la mar de acogedores). Te deprimes (¡malditas expectativas!).

Esa cabina de avión a la que llaman "baño"

Entonces, decides salir a la calle, o al pasillo, a hacer amiguitos. Te asomas tímidamente por la puerta de tu cueva, miras a la izquierda, a la derecha. No hay moros en la costa. A unos pocos pasos descubres la cocina y un grupo de nativos que amablemente quieren establecer contacto contigo. Pero tú estás tan jodidamente perdida que el “Comment tu t’appelles?” o el socorrido “What’s your name?” te suenan a chino, es decir, “nǐ jiǎo shěn mé míng zì”? Mediante señas te hacen comprender que quieren que te quedes con ellos para cenar ¡a las siete de la tarde! Pues bueno, habrá que integrarse. Aún así, nada. Ese odioso dialecto sigue siendo indescifrable.

Así que te ves allí, deprimida, hurgando en Facebook todos los grupos habidos y por haber de estudiantes Erasmus, o bien extranjeros, que puede haber en tu localidad o alrededores. Escribes en todos y cada uno de ellos, contando que estás sola, que necesitas compañía. En un principio puede parecer que mendigas otra cosa, pero no es así. Es entonces cuando ves que has alcanzado el punto más grande de la desesperación Erasmus.

Es precisamente en Facebook y otras redes sociales donde descubres eventos sobre fiestas de bienvenida y demás Erasmus Parties a venir. Te motivas. “¡Seguro que allí conoces gente!”, te dice tu cerebro. Tienes toda tu fe depositada en ello y, efectivamente, es así. Que luego esos “conocidos” vayan a acordarse de ti al día siguiente ya será otra historia (¡Ay, qué malo es el alcohol, amigos!).

Y de ese modo han pasado las horas desde tu llegada. Son las diez de la noche, y tienes hambre, mucha hambre, como todo español de pura cepa. De nada sirve que cotejases cientos de restaurantes donde comer en internet puesto que no tienes ni la más mínima idea de dónde se encuentran. Tampoco es útil que en tu residencia hubiera un comedor universitario, porque este tiene la estúpida costumbre de cerrar a eso de las ocho de la tarde. Te das cuenta de que la máquina de chocolatinas y resfrescos no va a ser suficiente. Pero no te preocupes, querido lector. Siempre te quedará el socorrido Big Mac de McDonald’s, en compañía de tu payaso de cartón preferido, que no defrauda y come a tu lado. Tu primer amigo Erasmus, justo cuando más lo necesitabas.

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