La historia de Schuster en Málaga se puede considerar una tragedia. Aunque ya se han disputado casi dos tercios de Liga, su equipo no sabe todavía muy bien a qué juega. Es posible que sea un poeta frustrado y todavía no se haya dado cuenta. De ser así, lo mejor sería que lo viera antes de tener que escribir la elegía a un Málaga en Segunda División.
Cuando Miguel Hernández no superaba la veintena y jugaba al fútbol en los barrizales de su pueblo, lo llamaban “El Barbacha”, nombre que recibe el caracol de la huerta de su Orihuela natal. Cuentan los que le vieron jugar que no había futbolista más lento y torpe en toda la comarca. Que era un paquete con mayúsculas, vamos. Pero después el tipo se puso hacer rimitas y cancioncillas y poco a poco se fue convirtiendo en uno de los poetas más importantes de la historia de España. Quizá Schuster también sea un gran poeta, pero aún no lo sabe.
El caso es que su equipo no transmite absolutamente nada excepto que no tiene un plan definido. Improvisa. Los jugadores, como los niños en el patio del recreo, le echan el balón al bueno y dejan que haga con él lo que quiera. Cuando yo tenía edad de salir al recreo, por supuesto, siempre me echaban el balón a mí, así que sé mejor que nadie lo que siente el pobre Amrabat. Al extremo marroquí se le han juntado las desgracias en un par de meses: ha tenido que salir pitando de Turquía porque el muy progresista Erdogan ha promulgado una ley que sólo permite a seis extranjeros por equipo y le ha tocado el premio gordo del sorteo; tener que rescatar a este Málaga que viaja a la deriva porque carece de un capitán que le marque el rumbo.
Miro la clasificación y me desespero. El Málaga es decimoséptimo a sólo tres puntos del Valladolid, que marca el límite del descenso. Miro el calendario y me desespero aún más. Acaba febrero, comienza marzo y a la competición le restan apenas dos meses para su final. Tanto sufrimiento con una plantilla que, sin ser maravillosa, pues la planificación en verano fue esperpéntica, sí que es ampliamente superior a la que tienen al menos ocho equipos de la categoría. No se puede olvidar que once de los futbolistas que integran el elenco malaguista jugaron la Champions League con la camiseta blanquiazul el pasado curso, y otros tres –El Hamdaoui, Amrabat y Iakovenko– han participado en la máxima competición continental con otros clubes a lo largo de su carrera.
Pero tampoco se buscan demasiadas soluciones a un equipo al que no sólo le cuesta la vida proponer algo decente cuando tiene el balón en los pies, sino que muestra una preocupante incapacidad para competir con rivales, en principio, asequibles. Rotaciones incomprensibles, jugadores que pasan de la grada al césped o viceversa de un día para otro, mil sistemas diferentes en lo que va de campeonato, y algo aún más inquietante que el famoso pajarito del jersey de Schuster. El alemán gestiona su plantilla dividiendo el talento en lugar de juntarlo. La mitad de los buenos, al césped; la otra mitad, al banquillo o fuera de la convocatoria, como si en realidad tuviera dos equipos y quisiera compensarlos al máximo. Otra vez el patio del recreo. Sería comprensible, sin embargo, si buscara revolucionar los partidos introduciendo piernas frescas y mentes privilegiadas cuando el rival ya flaquea. Pero esa tarea se vuelve mucho más complicada si sólo deja de margen a los futbolistas veinte minutos y gracias.
Otra cosa que también le gusta dividir a Schuster es a la afición. Bueno, por decir algo, porque ya se ha pronunciado más de una vez en bloque en contra de sus decisiones. Y él sigue empeñado en agitar, con declaraciones fuera de tono y de lugar que no ayudan a crear el clima necesario para que el equipo logre el objetivo de la permanencia. De la “salsita” al “culito cerrado”. Puede que aún no haya caído en que si cuerpo técnico, plantilla y afición no son uno, la salvación del Málaga sólo será posible por demérito de sus competidores.
No tardó más de un par de años en darse cuenta Miguel Hernández de que lo suyo no era jugar de extremo derecho –qué ironía–, sino escribir versos que llegaran al alma y removieran conciencias. Dio un paso atrás y compuso canciones sobre los que antes eran sus compañeros de juego. Hasta se atrevió con el himno de su equipo. Quizá cuando Schuster se dé cuenta de que está equivocado ya sea demasiado tarde para el Málaga. Pero entiendo que siga empeñado en entrenar: no quiero ni imaginarme lo complicado que debe ser rimar y medir versos en alemán.
Schuster, el recreo y la poesía frustrada,