Pellegrini rotó por la Champions -tanto por el cansancio de la ida como por reservar de cara a la vuelta ante el Dortmund- y se notó. Un lujo que no se podía permitir ante una Real Sociedad que reafirma su candidatura a jugar en Europa. El conjunto de Montanier corroboró su estatus de goleador y sentenció el encuentro con tres tantos en apenas quince minutos. Con esta victoria por 4-2, los vascos se afianzan en la cuarta posición, cuatro puntos por encima de sus perseguidores.
La solidez defensiva es quizá el máximo baluarte que auspicia la gran temporada del Málaga este año. Jugar con Lugano y Sergio Sánchez es una imprudencia, la crónica de una muerte anunciada. La rigidez de ambos son un regalo para jugadores como Griezmann o Vela –rápidos y dinámicos, verticales-.
Aunque los primeros veinte minutos del Málaga fueron bastante buenos y dominaron a su rival, todo el trabajo inicial se fue al garete cuando los locales encararon y humillaron a la defensa andaluza anotando tres goles en jugadas casi consecutivas. La superioridad ofensiva vasca fue tan evidente como la fragilidad defensiva de los malagueños. Primero Vela; luego De la Bella; y Griezmann firmó el tercero. Morales recortó diferencias antes del descanso, en un halo de esperanzas que se disolvió con el cuarto local tras la reanudación obra de Iñigo Martínez.
Santa Cruz firmó el segundo malaguista y Pellegrini introdujo a Baptista en el campo para tratar de lograr lo imposible. No pudo ser –no podía ser-, no así. El Málaga no tiene banquillo, rotar a ocho jugadores es demasiado para el conjunto andaluz. Sería tan fácil como cínico criticar que se priorice la Champions en detrimento de la Liga –pan pa hoy, hambre pa mañana-; estar a noventa minutos de conseguir alcanzar las semifinales de la máxima competición de clubes es algo extraordinario. Asimismo, esta es otra oportunidad para valorar lo que está logrando Pellegrini con esta plantilla de apenas trece futbolistas capaces de competir al nivel que el guión exige. El equipo B no existe.