Marcos Rodrigo Serrano, estudiante de Historia en la UMA y @marcoszimmerman en Twitter, nos cuenta su experiencia durante la manifestación del 25-S y las cargas policiales que se produjeron.
Nunca había sentido un miedo así. Lo acontecido la tarde del 25 de septiembre en la plaza de Neptuno, frente al cerco policial creado en torno al Congreso de los Diputados, va más allá de las palabras que yo pueda decir o escribir. La brutalidad policial y el abuso de poder fue sentido por cada uno de los grupos que allí se encontraban, desde los manifestantes hasta los periodistas acreditados, pasando por los dueños y empleados de los negocios cercanos.
Era sobre la una de la tarde cuando mi cabeza se dio cuenta de a dónde me dirigía. Tras un viaje largo y cansado, con algún que otro descanso, sacamos el tema que nos tenía preocupados a todos y que no éramos capaces de nombrar. Sabíamos que iba a haber cargas, y nos comenzamos a concienciar para lo que sería una tarde más que larga.
Tras nuestra llegada a Madrid, el metro nos traslado hasta el Paseo del Prado, y el nerviosismo andaluz comenzó a aflorar, ese nerviosismo que te hace buscar la broma fácil para aliviar un poco la tensión de tanta preocupación. Ese mismo nerviosismo quedó olvidado justo cuando llegamos al punto de encuentro con los compañeros. Éramos pocos en aquel momento, pero también eran las cuatro y media de la tarde y esta era solo una de las muchas concentraciones que se realizaban por todo Madrid, aunque quizás esperábamos más de ella por ser la más céntrica. Tras asambleas informativas y un almuerzo algo incómodo, nos dirigimos antes que el grupo a las vallas del congreso. No pensamos en ningún momento en lo cerca que estábamos del peligro que habitaba al otro lado, protegiendo a los auténticos criminales. Y como en una película de terror, todo se fue cocinando poco a poco, pista por pista. Primero el casco, después los guantes, la porra fuera de su funda, las protecciones corporales, todo estaba listo para que saltara la chispa.
Y esa chispa saltó.
No recuerdo bien la hora, solo recuerdo que mi posición en las primeras filas cada vez se fue retrasando más por grupos de personas que se acercaban a las vallas y comenzaban a zarandearlas. El verdugo estaba listo hacia rato, y solo necesitó que las protecciones se vinieran abajo para realizar la primera carga. Leve y corta, la cosa se tranquilizaba cuando, instantáneamente, volvieron a cargar. Esta ya no fue igual, la gente corría, tanto que llegaron a empujarme, a mí y a una chica que se encontraba a mi espalda, la cual cayó al suelo y casi tiene que soportar mi peso, si no fuera porque fui capaz de girarme y caer junto a ella. Ya estaban fuera de las vallas, estaban sueltos y delante estaba la presa. Tercera carga. Se abalanzan contra el frente. La intención es abrir hueco en el interior de la plaza y colocar un perímetro entorno a las furgonetas, y aquí llega mi primer momento de pánico. Empujados por la muchedumbre, quedamos atrapados bajo los andamios colocados para la prensa. Fue una suerte que no nos cogieran allí, no teníamos a dónde ir. Tras ver la posibilidad de salir, decidimos distanciarnos un rato de la concentración y descansar en el Paseo del Prado de nuevo. Las llamadas nerviosas a amigos y familiares para tener más información fueron corriendo las unas tras las otras, sin descanso. Continuaban llegando furgones y se produjeron pequeños incidentes, entre ellos una carga cerca de nosotros. La cosa se relaja y decidimos volver a buscar a los compañeros.
El camino fue tranquilo, el problema fue que entre tanta multitud era imposible encontrar a alguien. Tras llegar al perímetro del centro de la plaza y rodearlo completamente sin resultados, decidimos buscar a otro amigo que andaba en dirección Cibeles. Las casualidades quisieron que, cuando ya estábamos dispuestos a irnos, nos encontráramos a compañeros del 15-M malagueño y que, tras un rato de conversación, el desaparecido amigo llamara al móvil. Se encontraba en el lado derecho, junto a las vallas, y la cosa llevaba un rato tranquila, así que decidimos ir a verle. Pero nada más llegar al sitio, un pensamiento de desconfianza se disparó desde mis ojos y se clavó en mi cerebro, y allí siguió durante un tiempo. El motivo es simple. La valla donde mi amigo se encontraba no era una valla, sino un cordón policial, uno con escudo y el de detrás con escopeta, que se alargaba hasta rodear completamente los vehículos policiales del centro de la plaza y formar una fila idéntica en el lado contrario. ¿Cuál era el problema? Que si ese perímetro decidía cerrarse, estábamos atrapados. Y fue justo lo que ocurrió cuando se produjo la famosa carga, esa que hemos visto todos en la televisión, que degeneró en una batalla. Aquí llegó mi segundo momento de pánico. En cuanto comenzó la carga, un ruido sordo penetró en mi oído. Las escopetas estaban cargadas. El grupo frente a mí estaba listo para disparar, y no nos separaban más de tres metros. Era un pelotón de fusilamiento. Me acerqué al muro más cercano y, mirando a la pared, comencé a preguntar nervioso por el motivo de la carga. Había una lucha entre la policía y un frente, y desde mi posición solo se veían banderas que caían sobre la masa policial, esa masa policial que, tras reducir a ese grupo, avanzó, cumpliéndose así mi previsión de que nos quedaríamos encerrados. Me rendí. Tiré la toalla y me senté a esperar la decisión de esos hombres que nos rodeaban. Me acordé entonces de Isa, que me había dicho que no me metiera en líos, y que me estaba llamando en ese momento. Pero yo no podía responderle. Estaba intentando asumir que no había vuelta atrás y que para mí se había acabado la manifestación. Mi única forma de protestar era sentarme y esperar. Pero, preguntando, conseguí saber que un hueco del supuesto circulo que nos rodeaba no estaba cubierto, y aprovechando la oportunidad salimos, sin mirar atrás, pensando en todo lo que podría haber pasado si nos hubiésemos quedado allí. Después supimos que no fue nada, que se dispersaron sin más, pero el miedo que sufrí en el tiempo que pasé allí sentado, esperando sentencia, pocas veces más en mi vida lo volveré a sentir, así como la paz al asumir que no tenía más que hacer.
Este es mi pequeño fragmento del 25 de septiembre del 2012. Espero que sirva para concienciar a todos aquellos que aún necesitan un impulso para terminar de saber que los tiempos están cambiando, y que está llegando el momento de decidir si nos dejamos pisotear figuradamente por estos políticos que intentan acabar con tantos años de conquistas sociales, o si somos capaces de dejarnos pisotear físicamente por las fuerzas mercenarias de éstos para conseguir el fin que todos deseamos: la continuidad y el avance del Estado del Bienestar.
El 25-S en primera persona,