La serie de dibujos animados japoneses «Doraemon» resulta una obvia herramienta de imperialismo cultural por parte del país del sol naciente.
Los más firmes representantes del Estructuralismo francés y la Escuela de Frankfurt (como las salchichas, ¡je, je!), entre los que destacan Dominique Wolton, Armand Mattelart y Michel Foucault, centraron sus estudios en el concepto de industria cultural y sus repercusiones en la sociedad de masas. Se parte de la idea de que las empresas creativas norteamericanas ejercen una influencia incuestionable e inevitable sobre cada uno de los individuos del resto del mundo. Los jóvenes se crían asimilando los valores que transmite Disney, el modelo de vida americano está cada vez está más presente en la población hasta el punto de que nos hemos convertido prácticamente en un calco de ellos… Por poner un ejemplo, hace unos años era impensable que en una película española no hubiera una escena de sexo. Vamos, como un helado de stracciatella con puntitas de chocolate. Oh, sí.
Pero el punto en el que he centrado mi investigación es un tipo de imperialismo que por olvidado no es inexistente: el nipón. Se trata del imperialismo japonés, que introduce puyas subliminales que minan poco a poco la moral de los jóvenes sin que éstos se den cuenta. No hablo sólo de los que cometen un genocidio, katana en mano, y luego alardean de haber subido de nivel. No. Hablo de una dominación mucho más sutil.
El más claro exponente de esta tipología de fascismo es Doraemon. Este dramático anime, engendrada por 藤本 弘, recrea la vida de un estudiante llamado Nobita, que vive y se acuesta con un gato azul. Aunque este acto de consumación del sueño se produzca en camas separadas, se aprecia claramente como cada mañana el felino sale del armario.
Tras un análisis minucioso de los símbolos, de los significados y los significantes, se puede llegar fácilmente a la conclusión de que el autor defiende el III Reich. De hecho, lo añora hasta tal punto que utiliza su propia serie como un mero vehículo propagandístico.
Nobita, el protagonista, es un joven escolar cuya única meta en la vida es acabar la educación primaria que empezó antes de que yo naciera y que a día de hoy aún no ha acabado. Se podría achacar tal “desatino” a la torpeza del chico, pero uno empieza a sospechar cuando todos y cada uno de sus compañeros, incluso los más sobresalientes, dedican todo su tiempo al estudio. Esto no hace sino reafirmar la idea preconcebida de que un japonés corriente, o un extranjero en general, ha de conseguir un mínimo de estudios para aspirar a igualarse con la raza aria, superior en todos los aspectos. Dada su ínfima capacidad intelectual ha de recurrir a su mascota, Doraemon, para resolver sus problemas.
Doraemon es un pequeño gato azul que demuestra una superioridad aplastante en cada episodio. Podría decirse que lo que más destaca en él es su color azulado, o su nariz roja, o el hecho de que anda de pie. Incluso que sostenga un pastelito con un muñón. Pero no es más que una estrategia del creador para disimular su sublime cabeza afeitada. Doraemon es superior porque Doraemon es un skinhead.
Por último, salta a la vista que el único personaje humano del anime en el que se divisa algo de decencia es “El Maestro”, una figura que al parecer en Japón cuenta con un poder similar al de un alcalde. Es la máxima autoridad del pueblo. Es el puto amo. De hecho, la Doraenciclopedia lo describe tal que así: “El Maestro es una persona muy culta, estricta y seria. Se enoja cuando no hacen la tarea y eventualmente suspende sus exámenes. Muchas veces se le ha visto regañando a Nobita porque es muy impuntual, irresponsable y flojo; como también se le ha visto felicitando a Hidetoshi por ser siempre tan buen estudiante. El Maestro usa anteojos, un peinado muy singular y ropa formal. Pero cuando está en su casa usa una bata japonesa muy parecida a la que usa Nobisuke Nobi”. No seré yo quien haga conjeturas fuera de lugar sobre el Maestro. Simplemente juzguen ustedes mismos a partir de la imagen.