La ignorante y respetable esperanza

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Dieciocho millones de ciudadanos españoles prefieren seguir ignorando los avatares de esta partitocracia. Tal vez sea la esperanza. Tal vez el engaño. Tal vez la felicidad.

Rajoy celebra su triunfo en la calle Génova

Con el 100% de los votos escrutados podemos decir que son los fríos números los encargados de despedir este cretinismo político al que nos hemos visto sometidos todos los ciudadanos estos últimos meses. Más de diez millones de españoles otorgan al Partido Popular la mayoría absoluta con la que su candidato, Mariano Rajoy, se aúpa a la presidencia del Gobierno. Empieza el cambio. O eso prometieron.

Ya no vamos a tener que escuchar cómo quieren que peleemos por lo que, según ellos, queremos. Ya no nos van a pedir que contribuyamos a un cambio (que no es tal), ni nos van a pedir más que nos rebelemos en un intento de hacernos no pensar por nosotros mismos. Ya no habrá nadie en las puertas de las facultades repartiendo naranjas ecológicas, y las papeleras ya no se volverán a copar de flyers arrugados con caras de políticos. Sencillamente, se acabó. Algo sí que ha cambiado.

Pero lo que no se acaba es el fanatismo político. Eso sí que no cambia. La concepción que los españoles tienen de democracia es salvajemente similar a la de un partido de fútbol. Los gritos de ánimo al alicaído candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba; los gritos al presidente en funciones, José Luis Rodríguez Zapatero, en el mitin de su partido en Málaga; o mismamente, el clamor de los populares a su presidente en la campaña y en su victoria lo demuestran. “¡Ru-bal-caba!”, “¡Zapatero, Zapatero!”, “¡Mariano presidente!”. La exaltación ha de ser indeseable en toda democracia.

Y nada cambiará si no se realiza una profunda reforma electoral que garantice una representación electoral lógica y que garantice igualdad de oportunidades a todos los candidatos. En estas elecciones generales, al PP o al PSOE le costó cada escaño unos 60.000 votos. A UPyD, cada uno, 230.000. Ni con más de un millón de votos ha tenido la capacidad para formar un grupo parlamentario. Han estado a las puertas de conseguirlo.

Papandreu, ex primer ministro griego

Tampoco acaba con este cambio de Gobierno el servilismo de nuestros políticos hacia los mercados. Estas elecciones se presentaron no cómo las más importantes de nuestra democracia, cosa que aseguraron los principales medios de comunicación de nuestro país; sino como las más peligrosas. Estas elecciones se concibieron como un desafío. A los políticos, a los ciudadanos, al poder económico. Ahora mismo los mercados están destrozando países que nos tocan muy de cerca. Grecia, Irlanda, Portugal, Italia. En dos de ellos la democracia ha quedado mancillada. En nuestro caso, las bolsas, las agencias, los mercados se están mostrando insólitamente condescendientes. Pero no sabemos hasta cuándo y España no aguantará muchas más arremetidas gobierne quien gobierne. Todavía no hemos tocado fondo.

Uno termina desencantado ante la farsa en la que millones de ciudadanos están sumidos. Esto no es una democracia. Lo único que hemos votado, lo único que realmente sí ha cambiado es que nuestro nuevo presidente ahora es un tipo con barba y con problemas a la hora de pronunciar la ‘ese’. Hubiera dado lo mismo votar para que nuestro presidente fuese calvo. Meros títeres. Intermediarios. La política ha perdido el pulso a la economía. Un voto, en una democracia real, no es un cheque en blanco al que el partido recurre para hacer lo que le venga en gana. Pero ya es tarde. El PP y el PSOE cuentan con dieciocho millones de cheques en blanco. Ahora sólo queda sentarse, cruzar los brazos y esperar. Esperar hasta cuán bajo podemos caer y hasta dónde podremos llegar. El 15-M, que en su día contaba con la simpatía de la mayor parte de la población española queda finalmente deslegitimado. Ahora tal vez presenciemos su radicalización. Inútil, por otra parte: los ciudadanos han hablado a través de las urnas. Puede que por esperanza, puede que por inocencia, puede que por ignorancia. Pero han hablado y han sido claros. Ahora, por vuestro talante democrático: respetad.

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Acerca de Alberto R. Aguiar

Estudio y dirijo todo esto. No quiero acabar en Sálvame.

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