El Málaga consigue frenar su estrepitosa cadena de derrotas a domicilio en Getafe. Los blanquiazules, en otro encuentro tedioso y deleznable, afanaron a su rival los tres puntos merced a un extraordinario acierto ofensivo desde la media distancia. Tres aislados lanzamientos noquearon a los azulones, que disminuyeron en exceso su nivel de exigencia y acabaron malogrando la renta conseguida.
Cuando fui al cine a ver El árbol de la vida, controvertida película de Terrence Malick, observé como se generaba a su fin una acalorada discusión no ya sobre los aspectos técnicos o estéticos de la misma, sino sobre el grado de comprensión logrado. Pues bien, yo entendí la película del maldito Malick, de sus jodidos dinosaurios y de sus partículas de materias danzantes… pero no me cabe todavía en la cabeza (por inesperada, surrealista e inmerecida) la victoria del Málaga en Getafe.
El filme (partido) empezaba lento, como los de Pellegrini: tan indolentes y abúlicos que comienzan a ser desesperantes. Los registros fílmicos malacitanos a domicilio hieden por su apatía, por la falta de un sentimiento colectivo de sacrificio y por la escasa capacidad de creación de ocasiones. Un mediocampismo estéril que aburre al espectador más fiel y paciente.
El primer tiempo fue un canto a la inoperancia. One more time. La defensa volvió a ser una verbena, y de la sangría en las bandas auspiciada por los carrileros nacieron múltiples ocasiones de gol. El tanto azulón, obra de Diego Castro, llegó por banda derecha en una mal balance defensivo de Natxo Monreal. Castro, que había estado especialmente activo en los primeros compases de juego, tan sólo tuvo que empujar el medido pase de Juan Valera, el otro gran protagonista getafense hasta el descanso. Entre ambos estaban logrando dejar en evidencia el inocuo juego malaguista.
Pero entonces algo pasó, ¡oh, dios del fútbol! Parece ser que Pellegrini comió algo en mal estado y una alucinación tóxica febril recordó para qué servían los extremos. “El ingeniero”, o la salmonella que hablaba por él, convino que su encorsetada idea de los interiores movibles no era útil para todas las circunstancias; y que ante el apático y estéril juego de su equipo lo mejor sería abrir las bandas, por lo que convino en sustituir a Isco y Recio (dos ídolos de la grada que ayer hicieron más bien poquito) por Eliseu y Joaquín, colocando al cuestionado Cazorla al lado de Toulalan. Hasta el día de ayer este recurso no lo había funcionado especialmente bien: Santi se perdía en la inmensidad del mediocampo, ahogado por la multiplicidad de tareas exigidas en tal zona. Ante los de Luis García, sin embargo, un Cazorla espoleado por las críticas volvía a recuperar su mejor nivel. Bien es cierto que fue en la segunda parte y ante un Getafe desidioso que regaló el balón, pero esta vez el asturiano no rehuyó sus compromisos y estuvo especialmente activo en la búsqueda de espacios y pases.
El técnico chileno convino que la idea que lo petaría todo, que salvaría el partido y traería los tres puntos a casa pasaba por poner a Demichelis de volante defensivo. Micho, que empezó el partido como suplente, ya había jugado en otras ocasiones en tal posición, pero a la parroquia malaguista no le hizo especial ilusión que se cambiara un jugador de ataque (Seba) por otro “defensivo”. Y menos perdiendo 1-0… Pero todo estaba en la i.lógica del chileno…
Efectivamente, cuando entró el zaguero argentino, Cazorla quedó liberado de las engorrosas tareas de contención en la medular y adelantó su posición, haciendo crecer al Málaga en la gestión y el control del esférico. A partir de ahí, y sin que sirva de precedente, a los de Martiricos le salieron las cosas rodadas. Fíjate tú si los astros se alinearon, que el paquete de Eliseu (que tiene la pierna derecha para andar y a veces ni para eso) se sacó un zurriagazo inapelable que acabaría igualando el marcador en el minuto 57.
Aunque los locales habían entregado la cuchara, el Málaga siguió con sus problemas habituales a la hora de concretar su juego en ocasiones, por lo que volvió a tirar de su mejor y más efectivo recurso: el disparo lejano. Esta vez, y desde 20 metros, Monsieur Jeremy se inventó un incontestable derechazo que pegaría en el poste antes de alojarse entre las redes de un Moyá que encajó tres goles sin saber muy bien ni cómo. Cabe destacar que el conjunto de La Rosaleda es el club con más dianas desde fuera del área (9) junto al Barcelona, algo sintomático en virtud de las paupérrimas cifras de nuestros delanteros.
La surrealista historia que dejaría a un falaz Málaga durmiendo en Champions finalizaría con la mejor escena posible: un precioso y preciso chut desde 35 metros de Cazorlita que sorprendió al adelantado Moyá, a los cuatro gatos que estaban en el estadio y al propio Santi. Parece mentira que tras un partido así, con esa suerte de golazos y colocándonos en cuarta posición, me vaya así de insatisfecho.
Un desconocido Pellegrini acierta en los cambios (1-3),